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Por qué la Copa Mundial de Brasil es antidemocrática

Es el evento deportivo más grande del planeta. Fanáticos de todo el mundo visten camisetas y comparten cervezas heladas gritando apasionadamente por la victoria de sus respectivos equipos. La Copa Mundial ocurre cada cuatro años y para la mayoría de nosotros no hay cosa que se le compare.

Pero lo que el grueso de la multitud energizada por el espíritu de la Copa desconoce, es que la ciudad que sirvió para inaugurar el evento ha sido la más afectada por la migración forzada de sus pobres habitantes, expulsados para edificar estadios que podrían no tener más utilidad en el futuro.

“¿Copa mundial para quién?”, versa un letrero pintado en las calles de Sao Paulo.

El 4 de junio pasado, 10 mil manifestantes del Movimiento de los Trabajadores sin Tierra de Brasil bloquearon una importante autopista en dirección al Estadio Corinthians, exigiendo mayores gastos del gobierno en transporte, salud, educación y viviendas para los más vulnerables.

Después de todo, si el gobierno pudo gastar miles de millones en estadios e infraestructura para acomodar al torrente de extranjeros, por supuesto que podía destinar algunos dólares al desarrollo de proyectos en áreas pobres del país.

Desafortunadamente para los brasileños, eso no parece ocurrir.

En 2008, un año después de que Brasil ganara el derecho a ser anfitrión de la Copa Mundial 2014, el 79% de los brasileños estaba a favor de aquello. La selección de Brasil se ha coronado campeón en cinco mundiales y ha producido varios futbolistas legendarios. No era sorpresa entonces que los brasileños estuvieran tan entusiasmados.

Seis años después, las cifras cayeron a un 48%. El cambio quedó reflejado en la cantidad de brasileños que comenzaron a sumarse a las manifestaciones anti-gobierno.

Tan solo en mayo, 12 ciudades brasileñas fueron el sitio de protestas contra la Copa. En Rio, los manifestantes se coordinaron con trabajadores en paro y clamaron que el dinero gastado en rehabilitar el Estadio Maracaná podía pagar 200 escuelas. En Belo Horizonte, 2 mil manifestantes salieron a las calles. En la capital de Brasilia levantaron pancartas que denunciaban la muerte de trabajadores en los estadios.

Cuando empezaron los juegos, las protestas no mostraron señales de apagarse. El 15 de junio los manifestantes y la policía chocaron en las calles de Rio a sólo tres días de dar inicio a la Copa Mundial. La policía respondió a la protesta con gases lacrimógenos afectando accidentalmente a los turistas. The Associated Press dio a conocer un video donde un policía de Rio disparaba a mansalva contra los manifestantes.

Otros han expresado su descontento pintando murales en las calles. Algunos muestran a niños hambrientos con nada más que comer que pelotas de fútbol, o aluden a las comunidades que han sido desalojadas de sus viviendas.

Otros son duros y precisos: “Que se j*da la Copa Mundial”.

Junto a las Olimpiadas de Sochi, la Copa Mundial de Brasil será la más costosa de la historia.

En abril Brasil había gastado $7 mil millones de dólares en la reparación de estadios y la remodelación de hoteles. Pese a representar tres veces el presupuesto original, muchos proyectos aún no están terminados. Un día antes del inicio del evento, por ejemplo, el Estadio Amazonia no había terminado sus faenas.

Y por cierto, no sólo es Brasil.

La misma popularidad de la FIFA está en peligro al verse involucrada en escándalos de corrupción y soborno. Faltan ocho años para celebrar la Copa Mundial 2022 y activistas de derechos humanos ya están pidiendo que la FIFA se retire de Qatar.

Las acusaciones de que funcionarios de la FIFA aceptaron sobornos para que Qatar se quedara con el título de anfitrión han crecido, pero la situación de derechos humanos es todavía peor. Algunos grupos han denunciado el vejatorio tratamiento de obreros inmigrantes que están construyendo la infraestructura de la próxima Copa en condiciones insalubres y sueldos indignos. Ya han muerto 400 personas.

El fútbol es un deporte democrático. Cualquiera puede tomar un balón, dominarlo y aprender a jugar. Pero eso no es lo que está pasando en Brasil. El gobierno brasileño ha pisoteado los derechos de su pueblo y no lo ha hecho por fútbol, sino por dinero y prestigio.

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Esta es una traducción adaptada del artículo «Soccer Is Democratic. The World Cup Is Oligarchy» escrito por Nathalie Baptiste en una alianza de NACLA y Foreign Policy In Focus.

Nathalie Baptiste es una colaboradora haitiana-estadounidense de Foreign Policy In Focus que vive en Washington, D.C. Tiene dos grados académicos en Estudios Internacionales y escribe sobre América Latina y el Caribe. Puedes seguirla en Twitter en @nhbaptiste.

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