Supuesto informe de la CIA resuelve el crimen del periodista Jonathan Moyle
Un documento aportado en el juicio de un empresario turco vinculado a la venta ilegal de armas a Irak podría aclarar uno de los enigmas policiales más bullados de la transición chilena: la muerte del editor de la revista ‘Defence Helicopter World’, Jonathan Moyle, cuyo cadáver fue encontrado en una suite del Hotel Carrera durante la FIDAE de 1990.
Un ex agente del MI6, muerto en Escocia en 2008, sería el ejecutor del periodista inglés que según los peritajes de la PDI falleció en un extraño ritual de estrangulación autoerótica. El nombre aparece en un presunto informe de la CIA divulgado en mayo de este año por tres periodistas europeos. La portada lleva el título de “Project Babylon: The Iraqi Supergun”, una clasificación de “secreto” en idioma hebreo, y una leyenda que apunta a que el material fue compartido con el gobierno israelí en noviembre de 1991.
El contenido del documento refiere a una vasta operación anglo-americana de tráfico de armas que tenía la finalidad de abastecer al régimen de Saddam Hussein. Se menciona que el fallecido Stephan Aldophus Koch, un funcionario de inteligencia de origen checoslovaco, se enteró que “el periodista de defensa, Jonathan Moyle, poseía evidencia de los acuerdos secretos del Reino Unido”, motivo por el cual habría viajado a Sudamérica para “eliminarlo en Santiago de Chile” con la ayuda de un segundo agente.
Se afirma que Koch también está detrás de la muerte del ingeniero Gerald Bull – ocurrida nueve días antes del asesinato de Moyle – cuando trabajaba en el mejoramiento de misiles Scud para los iraquíes. ¿El motivo? Supuestamente evitar que la red fuera descubierta y el hecho salpicara a importantes autoridades británicas.
De Bull sólo se conocía hasta ahora la versión entregada por el ex agente israelí Ari Ben Menashe en su libro ‘Profits of War’. En él se afirmaba que Bull había sido ejecutado en realidad por el Mossad, y que se planificó el crimen de otros científicos e influyentes industriales por colaborar con Hussein y representar “un peligro para Israel”. En su novelada historia, publicada en 1992, el ex espía manifestaba incluso que el hijo ilustre de Santa Cruz, Carlos Remigio Cardoen, había tenido que ver en la venta ilegal de armas a Irak, y que “se libró (de la lista de ejecuciones), presumiblemente por su cercanía con la junta chilena y porque su muerte habría creado un alboroto”.
“Puesto que (el supuesto informe de la CIA) tiene que ver con hechos de hace 20 años, y muchos de los involucrados están muertos, es difícil corroborar el contenido”, escribió Chris Blackhurst para The Independent. “De los que quedan vivos, ninguno, después de todo, reconocerá haber participado en un asesinato… Pero no puede ser ignorado. Si es falso, el gobierno (inglés) necesita demostrar por qué lo es”.
Conversamos con el ex ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, Alejandro Solís, juez que investigó la muerte de Jonathan Moyle.
-¿Usted desconfiaba de los peritajes que había hecho la PDI, cuando determinaron que Moyle se quitó la vida?
No desconfiaba, pero yo decía “no puede ser que un británico venga a colgarse aquí a Santiago”. La novia cuenta que ese día a las 5 de la mañana habían hablado por teléfono. Se iban a casar, y él le había dicho dónde pasarían su luna de miel. ¿Entonces cómo se puede matar una persona que tiene un proyecto de vida tan importante? La autopsia fue asfixia por ahorcamiento. Que lo hubieran colgado o se hubiera colgado solo, ningún forense lo va a decir. Pero hay otra cosa. Según la autopsia, en una de las piernas había un orificio de entrada de una aguja. Yo ordené que me ampliaran eso para saber si había recibido un veneno o algo, pero lo descartaron. Yo lo relacioné porque este hombre viajó a Punta Arenas y andaba enfermo del estómago. Entonces, como le digo, hubo muchos cabos que traté de amarrar, pero no resultó ninguno.
-Se hablaba que él era un agente de los servicios de seguridad británicos.
También lo hablaban, pero piloto de la RAF no había sido, porque no aprobó el examen.
-En algún minuto, usted orientó la investigación hacia Carlos Cardoen. ¿Qué dijo él cuando lo interrogó?
Que no lo conoció ni habló con Moyle. Que no recordaba a ningún británico. Yo decía “Cardoen tiene algo que ver”, entonces lo entrevisté a él y a Raúl Montecinos (su relacionador público). Pero ahí se van complicando las cosas. Por ejemplo, la mucama del Hotel Carrera dijo, la primera vez que la interrogué, que había “escuchado unas voces”. La segunda vez dijo “eran unas voces que estaban discutiendo”. La tercera dijo “yo vi salir una persona del dormitorio de Moyle y tenía ciertas características”. A todo esto, como la prensa ya estaba hablando de Montesinos, parece que se valió de eso y dijo “yo vi a Montecinos por la espalda”. Pero ya era tercera vez que la interrogaba. Entonces llegué a la conclusión de que estaba fabulando y lo descarté.
-¿Le pidió informes de algún tipo al gobierno inglés?
No. Pero me enteré por vía extrajudicial que había existido una reunión en el British Council y ahí alguien había dicho ‘¿supieron que el periodista inglés se colgó en el clóset?’. Y eso antes de que saliera en las noticias oficiales. Ellos ya sabían lo que se había producido. Me llamó la atención, pero comprenderá que era muy difícil investigar eso a nivel diplomático.
-En 2003, un ex funcionario del Ejército de nombre Rodrigo Peña González dijo a la PDI que el fallecido coronel Gerardo Huber quería entregarle a Moyle unos documentos sobre el tráfico de armas a Croacia, pero que dicha entrega se frustró cuando lo encontraron muerto en el Carrera. ¿Supo algo sobre esa arista?
Creo haber escuchado algo mucho tiempo después, pero no me consta. En todo caso, Huber – acuérdese que lo mataron – había declarado en el caso del tráfico de armas que también investigué. El oficial de Investigaciones que lo interrogó me contó que el hombre estaba muy nervioso cuando declaró. Él había tenido una participación muy especial en ese tráfico. Era evidente que manejaba información.
-¿Y sospechó de la complicidad de otros gobiernos o funcionarios extranjeros en ese caso?
Es que fue tomado como un fraude aduanero en que se fingió que las armas eran pertrechos del Estado. Eso tenía que llegar por Hungría, ahí desembarcaban y los trasladaban por vía terrestre a Croacia. La única relación extranjera era Ives Marziale, un francés, y Sydney Edwards, que venía a traducir. Edwards era miembro de la Fuerza Aérea Británica.
-Si es efectivo lo que aparece en este supuesto informe de la CIA sobre Moyle, ¿qué opinión le merece?
Con esto que usted me dice, habría toda una red tejida alrededor. Sería un escándalo.