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Atentado en Manchester: La protección de terroristas por la inteligencia británica

Los servicios secretos británicos ya tenían en su radar al perpetrador del mortal atentado en el concierto de Ariana Grande, Salman Abedi, antes de ocurrido el hecho, reveló el ministro del Interior inglés, Amber Rudd, en conversación con Sky News.

El analista político Kurt Nimmo, del sitio web Newsbud, establece un patrón: el supuesto cerebro de los ataques ocurridos en París en 2015 era igualmente seguido por las agencias francesas y belgas, y Khalid Massood, terrorista inculpado en el suceso de Westminster a inicios de este año, también aparecía registrado en las bases de datos de organismos de seguridad europeos.

Nimmo señala que esto se ha venido repitiendo por décadas. «Dame Eliza Manningham-Buller, el ex Director General del MI5, dijo en 2006 que ‘el MI5 y la policía atajaron a 200 grupos o redes… más de 1.600 sujetos identificados en el Reino Unido, activamente involucrados en la planificación o facilitación de actos terroristas».

Recientemente, el líder del servicio, Andrew Parker, dio cuenta que el seguimiento efectuado en coordinación con la policía ha aumentado a 3 mil supuestos «jihadistas». «No obstante, la inteligencia británica tiene mucha mayor familiaridad con los sospechosos de terrorismo, que lo que Manningham-Buller y Parker están dispuestos a reconocer», afirma el analista.

Ello, porque Abu Qatada, descrito como el «líder espiritual de la red terrorista de Al Qaeda», «la mano derecha de Osama Bin Laden en Europa» y una «figura ejemplar para el terrorismo internacional», hizo estrechos vínculos con la inteligencia británica en 1996, relación que sirvió para que Inglaterra denegara su extradición a Jordania por una serie de atentados con carros bomba.

«Gran Bretaña ha dado refugio a uno de los más furiosos partidarios del jihadismo global. Abu Qatada vivió y respiró la ideología de Al Qaeda… permitiendo que terroristas de Algeria cometieran asesinatos masivos en nombre de Dios y dirigieran la guerra del terrorismo a Rusia y Chechenia», escribieron Sean O’Niell y Daniel McGrory en su libro The Suicide Factory de 2006.

Otros terroristas que se convirtieron en «informantes», recuerda Nimmo, fueron Bisher al-Rawi, quien sirvió de nexo entre Qatada y el MI5, y Omar Bakri Mohammed, quien ayudó a fundar el grupo radical Hizb ut-Tahrir, un importante «activo» de la inteligencia británica.

«El gobierno británico nos conoce. El MI5 nos ha interrogado varias veces. Creo que ahora tenemos algo que se llama inmunidad», señaló este último en 2001, tras reconocer su apoyo «verbal, financiero e incluso militar» a la causa terrorista, por la cual llamó a «ondear la negra bandera del Islam en Downing Street», residencia del primer ministro del Reino Unido.

El articulista de Newsbud asevera que Abu Hamza al-Masri, un imán radical de la mezquita de Finsbury Park, también trabajó para el espionaje británico. En 1997, al-Masri pidió atacar una aeronave en Londres, entregando un plan para ello. La reacción de las autoridades fue nula, tanto como cuando «al-Masri estuvo implicado en una golpiza de ancianos musulmanes» al interior de la mezquita.

Cabe señalar que un recurrente miembro del centro religioso de Finsbury Park era Mohammed Sidique Khan, uno de los suicidas del atentado del 7/7 en Londres, quien llegó recomendado por Haroon Rashid Aswat, el presunto planificador mayor del ataque.

«Él también era un activo de la inteligencia británica, según John Loftus, ex fiscal del gobierno de EEUU y ex oficial de inteligencia del Ejército», evoca Nimmo, planteando que Loftus definió a Aswat como un «doble agente» y como «la principal fuente de desacuerdos entre la CIA, el Departamento de Justicia y Gran Bretaña».

Loftus dijo que el Departamento de Justicia «ordenó… a fiscales de Seattle, que no tocaran a Aswat, porque aparentemente trabajaba con la inteligencia británica». El sujeto fue arrestado en Zambia, en julio de 2005, y extraditado a Inglaterra. «Cuando llegó, no fue interrogado por su papel en el ataque del 7/7 y las autoridades señalaron que no lo procesarían por ningún crimen. En cambio, planearon su extradición a Estados Unidos, país que solicitaba arrestarlo por sus intentos de ayudar a la creación de un campo de entrenamiento de militantes (radicales) en Oregon, en 1999», agrega Nimmo.

En junio de 2001, «el Servicio Secreto Italiano SISDE sostuvo que (Abu Hamza) al-Masri, el líder de la mezquita Finsbury Park había propuesto un plan para atacar aviones, aparentemente en conexión con la cumbre del G8… El mismo año, un asociado de al-Masri en la mezquita… Djamel Beghal, estuvo implicado en un complot para atentar contra la embajada de EEUU en París».

En The Suicide Factory, los autores O’Neill y McGrory relatan que a pesar de «los claros nexos de Beghal con operaciones en Londres y Leicester, no hubo allanamiento en el edificio (de la mezquita), ni intentos de arrestar al jefe reclutador (Abu Hamza al-Masri)». Así, «la mezquita continuó siendo un centro de reclutamiento jihadista».

«Los antecedentes son claros: la inteligencia británica permite que peligrosos terroristas vaguen libremente en el país, los protege y se niega a procesarlos por planificar y ejecutar actos de terrorismo. Los medios del establishment exponen esto como ‘fallas en la inteligencia’, pero existe otra explicación, más racional – tanto como la CIA, la inteligencia británica está usando el terrorismo islámico en una forma de Operación Gladio para concretar una agenda política: la guerra sin fin contra el terrorismo, que enriquece al complejo militar industrial, y extiende y expande la vigilancia del Estado y el represivo estado policíaco», sienta Nimmo como conclusión de su análisis.

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